Quién amenaza el mundo? Las verdades a medias acerca de los riesgos que se ciernen sobre la Tierra
Nuevas epidemias mortales, apocalípticos cataclismos naturales, la larga sombra de los terrorismos globales e, incluso, una difusa amenaza procedente del espacio exterior. La sensación de que estamos sometidos a peligros de todo tipo está presente en la actualidad con más fuerza que nunca. Un miedo universal que se ha convertido en una empresa floreciente, en el combustible de muchos negocios no tan ocultos y de tenebrosas conspiraciones para controlar a la sociedad.
Miles de afectados, cientos y cientos de muertos, colas para recibir las vacunas salvadoras y millones de ciudadanos que tratan de ocultar su miedo tras unas máscaras que, como si fuesen talismanes mágicos, pretenden que les protejan de la terrible peste que infecta a la sociedad. La gripe A es, por el momento, la última expresión de una espiral de terror que desde hace unos años se ha adueñado de la opinión pública, al menos en los países desarrollados. La “peste” terrible que finalmente parece no ser más peligrosa que una sencilla gripe estacional, de esas que sin titulares de primera página un día sí y otro también se llevan la vida de cientos de miles de personas cada año. Una pandemia global similar a las que hace unos años se anunciaron, como la gripe aviar, y que, al igual que estas, solo ha servido para que algunas poderosas empresas farmacéuticas hagan su agosto en plena crisis mundial. Las compañías de este sector han sido las únicas que han superado la crisis económica global con una nota muy destacada.
Pero no ha sido la fortuna de algunas empresas del sector de la salud la única beneficiada por lo que muchos ya han llamado la infodemia de la gripe A, la epidemia informativa que ha sacudido el mundo de una forma controlada y aparentemente rigurosamente planificada. La aparición de esta pandemia ha permitido que en muchos países se aprueben leyes que de otra forma nunca habrían tenido el apoyo necesario para ver la luz. Leyes como las que permiten la vacunación obligatoria en Francia, o la que faculta al gobernador del moderado estado de Massachusetts (EE.UU.) a disponer de poderes similares a los que otorga la ley marcial en caso de necesidad para hacer frente a una epidemia como esta. O, incluso, la ley aprobada en España en junio del pasado 2009 que permite la distribución de medicamentos en fase experimental si las circunstancias sanitarias así lo aconsejan. Toda una declaración de intenciones ante la tan anunciada pandemia. Como todos pudimos comprobar –tal vez sería mejor decir recordar– después de los atentados del 11 de septiembre, polémicos por otro lado al salir a la luz pública las cada vez más numerosas dudas que los rodean, no hay nada como el miedo para que los ciudadanos consientan en perder una parte de sus libertades. Un miedo que en los últimos años comenzó con el terrorismo internacional y que ha seguido después con las diversas amenazas de epidemias sanitarias y con los repetidos anuncios del peligro que supondría para nuestro planeta el impacto de un asteroide u otra catástrofe natural de alcance planetario, como la explosión de un supervolcán, como el Toba en Indonesia o Yellowstone en Estados Unidos.
Miedos alentados desde determinados estamentos, que han encontrado en la atemorización de la población una panacea que permite ganar dinero y, sobre todo, obtener un mejor control de la sociedad al limitar derechos que hasta hace muy poco parecían inamovibles.
Radiografía de una infodemia
México, abril de 2009, salta la alarma mundial. Cientos de personas mueren por la acción de un nuevo y mortal virus de la gripe que parece ser un derivado del virus de la gripe del cerdo. En cuestión de días las imágenes de hospitales colapsados en la capital mexicana y de policías y militares provistos de mascarillas sanitarias dan la vuelta al mundo anunciando un peligro inminente. Una imagen de terror global que durante los días, las semanas y los meses siguientes se ha ampliado con el continuo goteo de noticias sobre el aumento del número de casos y el macabro incremento de los fallecidos, hasta el punto que la opinión pública de la mayoría de los países se ha visto sometida a algo que podría recordar al parte de bajas de una guerra no declarada, de una guerra contra un ominoso e invisible enemigo, el virus H1N1. Durante meses se han sucedido los anuncios sobre una peligrosa mutación del virus y sobre inminentes vacunas que llegarían a una parte de la población, no a toda. Y se ha producido una cascada de noticias inquietantes acerca de la evolución futura de la enfermedad, solo aliviadas por el anuncio de que las compañías farmacéuticas iban a ofrecer pronto la solución, la vacuna salvadora. Pero ¿salvadora para quién? Desde casi el primer momento se alzaron voces discrepantes que, a medida que ha seguido avanzando lo que muchos consideran una psicosis colectiva, han ido en aumento.
La amenaza mundial de la gripe A comenzó, al menos informativamente, en México, donde en apenas una semana habían fallecido 350 personas. Las miradas del mundo se dirigieron atemorizadas hasta este país americano. Pero cuando posteriormente se rectificó para ofrecer una cifra de víctimas mortales mucho más moderada, apenas 8 personas, la epidemia ya había prendido en la conciencia colectiva de la sociedad y nadie, o casi nadie, prestó atención a ese detalle, a esa rectificación. En los meses siguientes el número de fallecidos en todo el mundo fue aumentando, hasta llegar a los 2.000 muertos, una cifra que puede parecer muy grande, pero que resulta mínima comparada con los 200.000 muertos anuales –que pueden llegar a los 500.000 según el año– que provoca la tradicional gripe estacional. ¿Qué pasaría si los medios de comunicación de todo el mundo recogiesen en sus primeras páginas un goteo de 1.000 muertos diarios por un virus?
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